Durante los últimos años el éxodo masivo de familias venezolanas hacia nuevas latitudes se ha convertido en un movimiento migratorio que crece a pasos agigantados. Según las cifras del Plan de Respuesta a Migrantes y Refugiados venezolanos (RMRP, por sus siglas en inglés), a mayo de 2020 ya eran 5.100.000 las personas venezolanas migrantes y refugiadas en el mundo. De ellos, 4.300.000 residen en América Latina y el Caribe (RMRP, 2020), siendo Perú uno de los principales destinos de esta migración intrarregional. A febrero de 2020 Perú registraba a 861.049 venezolanos en su territorio, lo que la sitúa en la principal comunidad migrante internacional en el país (INEI, 2018).
Quisimos conocer de primera mano la experiencia de una de las familias que han llegado al país y que según su contexto y sus historias de vida han tenido que conocer un sistema educativo diferente para propender por el derecho a una educación de calidad para sus hijos e hijas. En esta ocasión, hablamos con Maricarmen Alvarado Flores, docente de profesión quien, junto a su esposo, Gabriel Eduardo García (también docente) decidieron irse de Venezuela, porque en palabras de ella, “la docencia estaba siendo muy mal pagada y ya no podíamos sostenernos como familia”.
Al analizar a qué país migrar, vieron que en Perú no pedía muchos documentos y un familiar de Gabriel les facilitó el dinero inicial para el viaje de él en mayo de 2018. Maricarmen llegó al país en agosto de 2019 con sus hijos, Laura hoy de nueve años y Josué David de siete. Para el ingreso solicitaron una visa de reunificación familiar, entrando por frontera terrestre después de ocho días de viaje en bus. “Ese proceso fue traumático para mis hijos y para mí”, nos contó Maricarmen.
En cuanto llegaron buscaron como familia la manera de que sus hijos retomaran los estudios. Después de recorrer varios colegios de la zona, donde les indicaron que no había vacantes, recurrieron a la UGEL (Unidad de Gestión Educativa Local). Ahí, en septiembre de 2019, les dieron una lista de los colegios donde había cupo disponible. En ese momento les hicieron repetir los últimos meses del año que ellos ya habían cursado en Venezuela, para poderlos nivelarlos por edad.
Durante los pocos meses que alcanzaron a estar presencialmente en la escuela sienten que la acogida fue buena y que construyeron lazos afectivos con las maestras de Laura y de Josué. Dado que Maricarmen y Gabriel son docentes siempre se ofrecían a “ayudar a la maestra de la tarde, para que viera que queríamos apoyar, que vieran en nosotros personas solidarias, personas que queríamos hacer las cosas bien”.
Al preguntarle a Maricarmen si según su experiencia el sistema educativo peruano estaba listo para recibir a tantos estudiantes migrantes nos contó que en el momento en que ella llegó sentía que las escuelas no estaban preparadas “había demasiados niños, probablemente las maestras no sabían cómo abordar tantas deficiencias que traían los niños venezolanos, porque la educación en Venezuela decayó muchísimo. Acá la educación es diferente y las maestras y maestros no estaban preparados”. Para ella las asignaturas no las manejan igual, pero las y los docentes han logrado ver las deficiencias y apoyarlos. En el caso de sus hijos los dos tienen autismo y la escuela ha hecho las flexibilizaciones necesarias.
Los maestros hacen la diferencia en niños y niñas migrantes
Durante los meses de confinamiento tanto Maricarmen como Gabriel han sido los mayores apoyos educativos de sus hijos, “no tenemos wifi directo, en la zona hay un vecino que nos alquila el wifi, pero la señal es muy débil, entonces cuando ellos (los niños) tratan de conectarse, se cae muy seguido. El profe está al tanto y nosotros entregamos las asignaciones vía WhatsApp. Si tenemos alguna inquietud lo llamamos o le mandamos un audio, pero no podemos entrar a las sesiones porque no tenemos conexión”.
Maricarmen nos contó que sus hijos “no han tenido ningún tipo de discriminación y eso me ha gustado, yo siento que cuando todo esto termine algo importante, algo bonito va a suceder en los colegios”. También menciona que “Cuando eres madre buscas lo mejor para tus hijos, darles lo mejor, de repente no los mejores lujos, pero si darles tranquilidad y oportunidades. Yo toda mi vida fui criada para vivir en Venezuela. Me tocó esto y es como una experiencia forzada. Sueño con regresar a mi país, nunca me imaginé ser migrante. No fuimos criados para migrar”.
Aunque la experiencia de la familia García Alvarado ha sido en gran medida positiva y están muy agradecidos con el pueblo peruano, la migración en sí puede ser un proceso complejo en muchos sentidos. En un nuevo reporte titulado “Derecho a la educación bajo presión. Principales desafíos y acciones transformadoras en la respuesta educativa al flujo migratorio mixto de la población venezolana en Perú”, que da a conocer la UNESCO el 18 de diciembre de 2020, se destacan los esfuerzos realizados por el Estado peruano para asegurar el derecho a la educación de los migrantes, pero también resalta las barreras que deben ser subsanadas para asegurar el derecho a la educación de este importante grupo migratorio.
El informe concluye con un mensaje importante: el de no olvidar la participación de las familias y comunidades de migrantes y refugiados como elemento central para lograr procesos de adherencia a la escuela y a los procesos de aprendizajes de los estudiantes. La participación y bienestar de los estudiantes venezolanos en sus comunidades educativas puede ser potenciada en la medida que se involucre también a sus familias, y se ofrezca una respuesta educativa con mayor pertinencia cultural y más acorde a sus necesidades.
Contacto de prensa en la OREALC/UNESCO Santiago:
Carolina Jerez, c.jerez@unesco.org, +56992890175
Sección de Gestión del Conocimiento (KMS)